Música para unos créditos de inicio (que son la hostia).
A la atención del perfeccionista Stanley Kubrick.
TOMA 1: A clockwork orange
En 1971 (hace ya cuarenta años) el obsesivo director estadounidense se basa en la novela homónima de Anthony Burgess para realizar su decimosegunda película. A clockwork orange está cargada de fantasía, violencia y crítica social a partes más o menos iguales. No es una de las obras que más me atrae de Kubrick, ni siquiera está entre mis cinco favoritas de este pedazo de bicho que deambula a sus anchas por la historia del cine con todo merecimiento.
Pero cómo hacerle ascos cuando resulta que todo, todo, todo lo que salió de los ojos de Stanley y pasó después por la óptica de su cámara está registrado en la parte más blanda y cariñosa de mis acusadas retinas. Porque cada plano de Kubrick es un diamante que va ganando valor con el paso del tiempo, un auténtico regalo y disfrute para los ojos del buen espectador atento. Yo tengo un gozo en el alma, ¡eh!
Basta echar un vistazo a los créditos de inicio de cualquier película de Stanley Kubrick para saber qué coño es eso del arte entendido como espectáculo y al revés. Planos sobrios que encuadran elementos provocativos o inquietantes. Y todo ello aderezado con espectaculares melodías. Las de A clockwork orange (unas originales, otras arreglos de clásicos de Beethoven o Rossini) fueron compuestas y adaptadas por la transexual Wendy Carlos, famosa por ser una de las primeras compositoras que utilizó sintetizadores en sus grabaciones.