Hay pocos duelos interpretativos tan vivos, crudos y emocionantes como el que mantienen Harvey Keitel y una inmensa Holly Hunter en The Piano (1973). La descripción poética que hace Jane Campion – directora y guionista – sobre el proceso de enamoramiento de esta pareja es de lo más bella y extraordinaria. Mención aparte merece Anna Paquin al lograr, a mi parecer, la interpretación más verosímil que jamás haya interpretado una niña.
The Piano es una historia tan ambiciosa como el mismo ejercicio de amar: el miedo a confiar en el otro, la incapacidad de sentir, la necesidad de hacerlo por fin, la obsesión por el rechazo, la frustración que siembra la duda, la lujuria compartida y, por fin, el amor en su estado más puro.
Pero la película también es un canto al uso más libre de todos nuestros sentidos, un grito de angustia contra el silencio y la soledad, un instrumento envolvente cuyas teclas alcanzan las cotas más altas de la sensualidad y la sexualidad gracias a una actriz protagonista en permanente estado de gracia.
Probablemente el nombre de Michael Nyman no habría transcendido al gran público de no haber compuesto la minimalista e inolvidable banda sonora de este fabuloso drama. De no haberse cruzado en su camino con la aclamada Jane Campion, Michael habría permanecido tal vez y para siempre a la gratificante sombra trabajando como pianista para su Michael Nyman Band, haciendo críticas musicales y avanzando en sus estudios de musicología.
Pero ambos se cruzaron y dieron con la tecla. Vaya que si dieron.