24 Canciones a 24 Fotogramas / Nº 10

Música para unos créditos de inicio (que son la hostia).

A la atención del perfeccionista Stanley Kubrick.

TOMA 2 (y última): The shining

En 1980 Stanley Kubrick se encuentra en el punto más alto de su carrera. El maldito genio de Manhattan ha conseguido algo imposible: poner de acuerdo a crítica y público, que catalogan sus anteriores siete películas de auténticas obras maestras del cine. Kubrick tiene pues, a través de su obra, el respeto y el aplauso de todos.

Pero lejos de relajarse el director todavía se guarda un as en la manga: The shining, basada en la famosa novela homónima de Stephen King y sin duda una de las dos o tres películas de terror más importantes e influyentes de la historia.

Muchas anécdotas sobrevuelan la historia de aquel rodaje: la tensión generalizada, los accidentes, las mil y una tomas por capricho de Kubrick o la presión y las malas formas que este ejercía sobre sus actores (Shelley Duvall sufrió diversas crisis de ansiedad y Jack Nicholson tuvo que recurrir a la cocaína para sobrellevarlo) son sólo algunas de ellas.

El estreno en EE UU tuvo una fría acogida en rechazo al salto de género y más concretamente al del terror. Pero fue cuestión de días que crítica y público volvieran a unirse bajo un mismo clamor: The shining era, efectivamente, otra obra maestra. Y ya iban ocho seguidas. Ahí es nada.

Kubrick hizo famosa la steadicam utilizándola de forma magistral para que el espectador caminase detrás de los personajes a lo largo de esos pasillos que parecían no tener fin. Al igual que hiciera en A clockwork orange también decidió contar con Wendy Carlos para que crear la música de la película. Y volvió a acertar de pleno.

Tengo que decirlo: me cago de miedo con la escena de créditos de esta película. Me aterra profundamente cómo suena el mal mientras acecha desde arriba a quienes no saben lo que les espera. Me pasaba de niño, me pasa todavía y me seguirá pasando cada vez que decida verla. Pero no pienso dejar de hacerlo porque (la verdad) es una sensación fantástica. La del miedo, no la de cagarse.

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