No sé cuántas veces he discutido con una pareja de amigos sobre el enorme salto de calidad que le ha dado Christopher Nolan al personaje de Batman respecto al ‘original’ de Tim Burton. Entiendo a mis amigos y sé que es duro aceptarlo porque durante muchos años yo también he tenido la peli de Burton en un altar excusivo para ella.

Cuando vi Batman Begins de Nolan me quedé bastante frío. Y más aún cuando hace tres o cuatro años salía de un cine granadino discutiendo con mi amigo Edu sobre la calidad de su segunda parte: The Dark Knight.

El caso es que esta última me había dejado cierto sabor extraño. Era consciente de haber visto cosas increíbles en ella pero, por algún factor extraño, no me había convencido. Estúpido de mí, ¿qué podría ser? Efectivamente: un pésimo e infumable doblaje. El excelente trabajo de Ledger para su personaje de Joker fue pisoteado sin ningún pudor. Cosa que no supe hasta que pude ver su versión original un par de meses después.

Y fue ahí cuando quedé encandilado con la saga de Nolan sobre mi superhéroe favorito de siempre. De niño me gustaba tanto que cogía un palillo de dientes y le atravesaba una servilleta a modo de capa. Ya apuntaba estupidez.

La visión que tiene Nolan sobre Batman es tan madura, oscura y atractiva que no puede medirse siquiera con la infantil y cómica realizada antes por el loco de Burton. No pueden compararse porque sencillamente son dos visiones completamente opuestas de un mismo personaje. Realismo versus cómic, nada más.

Se han hecho muchísimas películas sobre el hombre murciélago, la mayoría insoportables. Pero ninguna se acerca a la altura a la que vuela Batman en The Dark Knight (2008), que cuenta con un reparto espectacular donde brillan Christian Bale, Michael Caine, Morgan Freeman, Gary Oldman y un in-con-men-su-ra-ble Heath Ledger que deja boquiabierto al respetable desde que la cámara le enfoca por primera vez.

Cuando acaban las dos horas y media de metraje uno siente como si le hubieran puesto boca abajo y removido por completo. Acabas tan exhausto como feliz después de haber contemplado muchas de las mejores escenas de acción y aventuras que se hayan rodado jamás. No exagero en absoluto: este segundo Batman de Nolan es mucho más que cine de altos vuelos. Es una auténtica demostración de poder y, sobre todo, de haber sabido encauzarlo.

Si a la sublime faena en la realización y al excelente reparto se suma también el aplastante olfato musical de Hans Zimmer, lo mejor que podemos hacer es apostar al todo y dejar la nada para otro día.