Cuando eres autor tienes que asumir un principio básico: la vida de tu obra dará muchas vueltas hasta llegar a algún lado (o morir en el intento). Puedes hacer innumerables versiones de un mismo trabajo hasta llegar a la óptima, la definitiva. Incluso estar convencido de que esa pieza está concluida y darte cuenta al instante que no has hecho más que empezar.
En mi caso he visto cientos de páginas quedar reducidas a menos de la mitad, capítulos enteros convertidos en apenas tres secuencias, personajes nacidos para secundarios que acaban siendo protas, finales que quedan mejor como principios, silencios que llenan más que ocho párrafos de diálogos, ideas acojonantes que luego no eran para tanto y palabras mal apuntadas en el ticket de un autobús que acaban convirtiéndose en el guión de una serie.
Pero así funciona la cosa. Ni siquiera cuando la obra se convierte en producto para el público llegas a estar del todo seguro que fuera esto lo que realmente querías mostrar ni si eran estos el momento y el lugar oportunos.
Uno de los casos que más llaman mi atención sobre el papel relevante de la casualidad en el proceso de transformación de una obra es el que tiene que ver con la cantautora norteamericana Aimee Mann, que un buen día decidió mostrar todas las canciones que estaba preparando para su nuevo álbum al director y guionista Paul Thomas Anderson, quien sólo le había encargado dos canciones para su siguiente película.
Anderson quedó tan fascinado con las canciones que decidió reescribir algunas de las escenas y personajes inspirándose en ellas. Estaba tan entusiasmado y convencido con la calidad de las letras y melodías de Mann que decidió darle el peso que merecían dentro de la película. De hecho decidió extraer algunas letras de las canciones para introducirlas en forma de diálogo.
Thomas Anderson (de quien sobra decir que es un auténtico animal feroz y todopoderoso tras las cámaras) fue más allá en la unión entre música y película al darse cuenta que los personajes de su/nuestra Magnolia (1999) necesitaban entonar al unísono el tema Wise up a modo de catarsis. La misma que tuve yo al comprender entonces que no somos nosotros quienes marcamos los límites del cine sino la psicología de los protagonistas de la película en cuestión.
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