24 Canciones a 24 Fotogramas / Nº 6

Por desgracia el cine europeo sigue siendo bastante subterráneo para el espectador medio de la sala e invisible para el que prefiere el sofá de su casa. Otra asignatura pendiente (más) de las distribuidoras en nuestro país. No es normal, ni justo ni lógico que en cada capital de provincia no haya por ley un mínimo de pantallas destinadas a mostrar cine hecho fuera del ámbito más comercial. Los pueblos son harina de otra costal, mejor no clamar en el desierto.

Me parece una profunda falta de respeto a la inteligencia de la gente, qué más puedo decir. Hay cosas que no pueden privarnos con la excusa de la rentabilidad. Pienso que quien gestiona un cine debe estar obligado a garantizar al espectador un acceso cultural más digno que el actual. Pero visto lo visto en las salas españolas no parece que empresarios ni políticos de turno sean muy amantes del cine.

Así que si hacemos una encuesta en la calle preguntando al respetable público quién es Krzysztof Kieślowski, lo más probable es que la mayoría conteste que un centrocampista de la selección checa o el último Nobel de Medicina. Ni yo ni nadie puede culparle de no acercarse lo más mínimo a la respuesta correcta. Pero es una putada que se lo pierda. Y de las gordas.

Porque Kieślowski es al cine lo que Zidane al fútbol: la elegancia y la precisión en su estado más puro. O mejor dicho era, ya que el buen artesano falleció a los cincuenta y cinco años después de confeccionar cuatro o cinco obras que todos nosotros deberíamos ver al menos un par de veces a lo largo de nuestra vida. Sin descuidar sus obras menores (por llamarlas de alguna forma) cabe destacar su trilogía de los colores, una de esas gozadas visuales que tus ojos te agradecerán para siempre.

Según el día, la hora o lo que hayas comido antes, te gustará más una u otra parte. Todas tienen lo suyo y están tan bien cosidas que resulta imposible desprenderse de alguna. La luz y el color como protagonistas simbólicos: todo un desafío narrativo y estético sólo al alcance del genio polaco (y esta vez no me refiero a Guardiola) que nadie merece perderse.

La sutileza del cine de Kieślowski alcanza su plenitud a través de la música de Zbigniew Preisner. Mi Spotify hecha humo con él. Y si no me creéis fijad vuestros sentidos en esta potentísima secuencia de la primera parte de la trilogía: Bleu (1993).

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