A estas alturas no debería hacer falta decirlo, pero es obvio que se pueden hacer cosas buenas en pareja. Incluso entre hermanos. Ejemplo vivo de ello son mis re-que-te-admirados hermanos Joel y Ethan Coen. Perdonad mi debilidad pero es que estos dos me vuelven absolutamente loco. Si tuviera que pasar mi vida atado a una silla y condenado a mirar la misma película una y otra vez sin descanso, rogaría al secuestrador que fuera una cualquiera de estos dos extraterrestres (que dicen haber nacido en Minnesota).
Originales, divertidos, sarcásticos, imprevisibles, inteligentes, eclécticos, histriónicos, despiadados, caricaturescos, canallescos y absolutamente genuinos. Unos malditos monstruos sobre el papel, tras la cámara y frente al espectador. Ver una de los Coen es lo más parecido que te puede pasar a salir una noche sin dinero y en calzoncillos: cualquier cosa te puede pasar y nadie te garantiza que vuelvas con más o menos ropa a casa. Ni siquiera que puedas o quieras volver.
Y por si todo esto fuera poco además de excelentes guionistas son todavía mejores realizadores. Cada secuencia Coen es digna de estudiarse y analizarse en profundidad. Nadie como ellos sabe entregar el ritmo exacto a las necesidades de cada historia. Es imposible ver repetida una de sus películas sin descubrir un nuevo y magnífico detalle que se te haya escapado la vez anterior.
Y sí, amigos: estos jodidos cabrones también saben un huevo de música. No hablo de cultura musical sino de música con mayúsculas. Y sabiendo tanto de música y de cine lo más normal es que cuando te pongas a pensar en qué música quieres para tu película seas tan exigente como finalmente certero. Podría sacar multitud de ejemplos de sus películas, pero esta vez me decantaré por ese Man of Constant Sorrow de aire extremadamente sureño interpretado por la mismísima voz de Clooney y los coros de Turturro y Blake Nelson acompañados por la guitarra maestra de Thomas King.
Este extracto de O brother, where art thou? (2000) no es más que otra muestra perfecta del terreno donde se mueven estos dos hermanos tocados por una varita mágica cuyo portador es, más que seguro, un gran amante del buen cine. Tomad nota y disfrutar de esta auténtica lección de cómo jugar con escena, actores, música y sonido -que no son la misma cosa-.