Si hay una película que todos los estudiantes de cine deberían tomar como ejemplo sobre cómo se puede contar mucho con muy poco esa es Paris, Texas (1984).
El filme, que cuenta con una fotografía acojonante de Robby Müller, captura y reproduce a las mil maravillas lo que vendría a ser el espíritu tejano: sus ritmos, su personalidad, sus paisajes. El elenco actoral viene encabezado por un enigmático Harry Dean Stanton que da vida a Travis, un hombre atormentado que tiene entre ceja y ceja reencontrarse con un pasado que tiene rostro: el de su ex Jane, interpretada por la siempre bellísima Nastassja Kinski.
Confieso que esta es la película que más veces he visto en mi vida. No he contado cuántas pero seguro que no menos de catorce o quince. Y eso que su director Wim Wenders no es precisamente santo de mi devoción. De hecho creo que Paris, Texas es un oasis en mitad de su filmografía, tan extensa como cargada de agujeros negros y vacíos.
Pero además de la calidez de su fotografía, del tempo narrativo y del magnetismo de sus intérpretes, ¿por qué coño me gusta tanto esta película?
Dejadme nombrar sólo tres aspectos más: primero, la psicología de los personajes y el complejo background que todos arrastran en el presente; segundo, la inteligencia de Wenders a la hora de escoger qué mostrar y qué esconder de éstos en cada momento; y tercero, la enorme contribución de la guitarra de Ry Cooder a ese aire melancólico que marca por completo la atmósfera de la película desde sus créditos de inicio (que son los siguientes).