He visto la luz gracias a un manual de quiromancia. Ya, yo tampoco lo entiendo, pero así ha sido. Después de lavarme las palmas de las manos dieciocho veces he conseguido interpretar las líneas y descubrir que llevo el rock en las venas.

Según interpreto en el manual, debería dar un giro a mi vida de 180º y enfocarla únicamente a integrarme en el satánico universo del rock. Esto significa comer menos, follar más y fumarme todo lo que pille por delante. Lo primero se puede hacer, lo segundo tengo que consultarlo y lo tercero es cuestión de ponerse. Adiós a los discos de Ketama, Perales y Ella baila sola. Tengo que ponerme las pilas y hacerme rápido con los primeros años de Metallica, Deep Purple y Obús. Y tener algunos conceptos claros como: Rosendo mola, Bisbal no. El Viñarock mola, el FIB no. El vello púbico mola, la piel hidratada no.

Así que hoy he empezado mi proceso de transformación. El primer paso ha sido no ducharme. O sea, como ayer. Cambio de look: la barba ya la tengo, sí, pero tengo que dejarla crecer más y lavarla menos. Lo del pelo largo tengo que mirármelo, a ver si hay subvenciones. Foulard palestina, camiseta del Ché, chupa de cuero y pulsera de pinchos. Creo que lo llevo todo en su sitio.

¡Ah! Mañana a las 12 (se acabó eso de ‘a primera hora’) tengo que ir a preguntar dónde se pide eso del ‘sexo, drogas y rock and roll’ y por cuánto sale. La cita con el diablo ya la tengo para la semana que viene: a ver si alcanzamos un pacto (Zapatero dixit) y puedo llegar a los setenta años sin patas de gallo y dando tumbos por ahí a lo Miguel Ríos. El problema va a ser lo de renovarse la sangre cada dos por tres, porque yo me mareo con un análisis de mierda (esta palabra la estoy empezando a usar ahora, me falta soltura..) Pero que quede claro que yo, por el rock y los Stones, ¡maa-to!

¡Abajo la lata de Heineken! ¡Arriba la jarra sin espuma de Alhambra!