Cuarenta y un años y veintisiete discos después Miguel Ríos (Mike para sus devotos) está más joven que nunca.
No sé cómo lo hace, qué come, qué bebe, qué se folla, qué duerme, qué ríe ni qué dejó de meterse. Pero sí sé qué canta: un buen puñado de las mejores canciones de la historia en castellano con una voz envidiable, trabajada y con un tempo brillante e irrepetible incluso para él mismo.
Y es que el granadino errante, el que nunca canta una canción dos veces de la misma manera, el que desafía a nuestras gargantas con cada estrofa ha vuelto a su Granada (que es la mía) para quedarse.
Cada vez que escucho el nombre de Miguel Ríos o éste aparece con su chupa de cuero en algún plató de TV, yo no hago otra cosa que santiguarme, quitarme el sombrero, el cráneo, ponerme de pie e incluso de rodillas si es necesario. Pero cuando Mike sale el escenario la cosa se pone seria. Palabras mayores.
Asistir a sus recitales es como ir de putas: prometes que no vas a subir pero al final terminas rindiéndote a sus meneos y viviendo algo absolutamente único. La diferencia es que con Mike no tienes la sensación de haber tirado el dinero por el retrete (y dentro del condón).
Porque Mike canta a la vida y sus protagonistas, a la calle con sus hombres y sus mujeres, a la carretera con sus conductores y sus peatones. Tenéis que saberlo: el bueno de Mike convierte cada noche el escenario en un homenaje al rock por todo lo alto.
Si Bob Dylan es el padre de la música contemporánea, Bruce Springsteen el hijo y Joaquín Sabina el espíritu santo, Miguel Ríos debe ser como mínimo ‘el jefe de todo esto’: el que tiene las llaves, el que abre el garito y lo cierra cada noche. O sea, el puto jefe, porque a oficio no le gana nadie.
Lo siento, pero pienso que los nuevos músicos de este país no deberían tener permiso para tocar sin conocer antes la obra de este señor. Miguel Ríos debería ser una asignatura más entre la Física y la Literatura porque tiene un poco de ambas.
Esta noche lo veré cantar en su tierra por última vez y yo no sé qué ponerme. De todas formas poco importa la prenda, así que lo suyo será ir desnudo y dejar que sus canciones nos vistan por última vez antes de salir a cerrar los bares como siempre.
Porque Mike también es para siempre. Y a sus canciones me remito.
La envidia me corroe por el concierto que percibo que debió ser por las crónicas y críticas que encuentro por internet. Siéntete envidiado hasta el odio, mai fren.
Desde México, y al son de ese rock’n’roll con sabor español, me retiro a cenar a un chiringuito de la playa de Acapulco. Esta noche hablaré a todo el mundo de Miguel Ríos.
YA SABIA QUE ERA BUENO, LO ÚNICO QUE ME FALTABA PARA TENER MEJOR OPINIÓN DE ÉL FUÉ VERLO EN DIRECTO EN ESE PEDAZO DE CONCIERTO QUE SIEMPRE RECORDARÉ