Conozco de sobra el concepto que tiene la mayoría del personal sobre ese tipo llamado Lars von Trier.
No es tan raro que en un país como el nuestro, tan rebosante de críticos devotos del apriorismo y de modernos afiliados al esnobismo más sangrante, se reduzca al término de friki a un director tan brillante, complejo e inaudito como es el danés.
Tampoco me sorprende en exceso que estos fantasmas vividores de tirar el buen cine por la borda de sus egos infravaloren al responsable de obras tan inmortales y necesarias como la hipnótica Europa, la milagrosa Breaking the waves, la poderosa Dogville , la provocadora Idioternes, la vitalista Dancer in the dark y, por supuesto, la cruel y claustrofóbica Antichrist.
Menos mal que al amigo Lars no le ha dado todavía por invertir su tiempo en escuchar o leer sandeces y sí en seguir a lo suyo: cebarse contra esos sentimientos que se camuflan tras las apariencias más artificiosas y cargar contra la misma necesidad de expresarlos en detrimento de la naturalidad que nos define y caracteriza como seres individualistas dentro de una sociedad sin alma y deplorable.
Si narrativamente resulta excelente, visualmente es insuperable.
Así que von Trier vuelve a la carga, y otra vez lo hace en Cannes. Kirsten Dunst se estrena y Charlotte Gainsbourg repite experiencia con el danés en un reparto que también cuenta con actores de la talla de John Hurt y Kiefer Sutherland (juro que esta frase carece de toda connotación sexual).
Las primeras imágenes que nos llegan de Melancholia avisan que von Trier no es traidor.