Aunque John McNaughton debutó en 1986 con la demencial Henry: portrait of a serial killer, tuvo que esperar otros cuatro años para poder verla en un cine. La censura se tomó su tiempo y trató de meter la tijera sin demasiado éxito.
Podríamos decir que es una película de bajo presupuesto, pero ese concepto resulta bastante engañoso cuando viene de EE UU. Michael Rooker se hace inmortal gracias a un protagonista desquiciado, una de esas aberraciones humanas que cinematográficamente se caracterizan por su magnetismo puro.
He aquí una película imprescindible para todos aquellos enfermos del cine que no tienen reparo alguno en disfrutar de las ficticias barbaries de un psicópata. Una cinta fría, inexpresiva, febril y mareante. Un placer culpable. Una culpa deliciosa. Un dulce con nervio propio.
El cine francés tiene el mando. Por honesto, por atrevido, por dar el golpe sobre la mesa. Sin contemplaciones: cine sobre el más acá, historias ultraterrenales. Sin trucos, sin prisas, sin ‘nada bajo la manga’. Mucha miga ahí dentro.
Laurent Cantet toca el cielo con su quinto filme. El aula de Entre les murs (2008) es el aula de todos. El aula de nuestro fracaso como sociedad, como seres humanos, como individuos tribales. Cada secuencia golpea con más fuerza. La película se vuelve incontestable porque somos incapaces de responder al desastre social que se nos echa encima.
Veinte niños sufren un sinfín de carencias existenciales. Un profesor lucha contra la inoperancia del sistema. Todos son víctimas sin querer saber que también son verdugos. Toda la rabia del mundo se contagia en una película imprescindible antes de salir a la calle.