Leonard Cohen pertenece a esa diminuta lista de artistas gigantes que consiguen atraparme hasta hacerme olvidar cuál es el camino a casa o si llevo limpios los calzoncillos (factor espacio-temporal). Sus canciones ocupan lo largo y ancho de los últimos cuarenta y dos años de historia musical. Se dice pronto, sí, pero todos sabemos (o deberíamos saber) que conseguirlo requiere un tiempecito, algo de talento y mucho, muchísimo trabajo.
Seguramente yo me moriré y él se morirá sin habernos visto nunca en vivo (tremenda y agria sensación). Algo me dice que a él se la suda no verme entre el público. Yo por mi parte no puedo negarlo: lo llevo con rabia y resignación. Supongo que es el precio que tengo pagar por haber tenido la suerte de ver a tantísimos otros genios.
La evolución de sus cuerdas vocales, de sus melodías, de su puesta en escena..Todo lo que hace el tito Leonardo me huele a oro, y no al de los millones que gana sino al del tesoro que cada día siguen descubriendo mis oídos.
La primera vez que vi a Cohen en Lisboa fué algo especial en mi vida. Nunca pensé que él a su edad, y yo a la mia…bueno ya sabes, pero pasó, esa noche nos encontramos y fué maravilloso. En primera fila, a la luz de la luna, junto al Tajo…No se si a Cohen le importará o no el haberte visto en directo entre el público, pero yo si te eché de menos a mi lado cantando So long Marianne. Qué se le va a hacer.
No pierdas la esperanza amigo, que Leonardo se conserva muy bien y lo mismo podemos verlo de nuevo por España (o dónde sea).