Los Oscar se escriben sin Hache

 

Los Oscar y los Goya. Solo una semana de distancia entre la fecha de ambas galas y una eternidad entre la situación de dos industrias: la española y la norteamericana. Ambas ceremonias se hicieron tan largas, aburridas, torpes y previsibles como más de la mitad de las películas que se hacen en ambos países. Las diferencias entre ellos y nosotros no están únicamente en la pasta (inversión y beneficios) y los sistemas para conseguirla, sino también en el riesgo, el amor propio, el respeto a las reglas del oficio y el profundo conocimiento de los múltiples lenguajes audiovisuales.

Así que para dos formas distintas de concebir y vivir el cine, deberían haber dos galas distintas. Pero no: los nuestros siguen empeñados en imitar lo inimitable. Nuestra alfombra roja parece una moqueta de los chinos por culpa de una industria que prefiere mostrarse flamante y ostentosa de cara a la galería en lugar de mirar hacia sus adentros, guardar los trajes de etiqueta (o mandárselos a Camps) y cambiar la sonrisa del éxito por un fruncido de cejas autocrítico, más necesario que nunca si lo que se quiere es darle un futuro a nuestro Cine. Lo jodido sería comprobar la cantidad de dinosaurios que hay acomodados en montañas de dinero dispuestos a lo que sea con tal de abortar (con permiso de Gallardón) cualquier tipo de acuerdo entre este arte y su negocio.

En Hollywood llevaban una mala racha sin acertar con el presentador de la gala y este año decidieron asegurarse con un viejo conocido, Billy Cristal, con el fin de evitar el desastre de años anteriores. No estuvo en forma, como tampoco lo está gran parte del cine norteamericano. La gala duró lo que tenía que durar: tres horas para veinticuatro categorías, a ocho categorías la hora. Pocas o ninguna sorpresa en una gala insulsa pero llevadera y repleta de chistes tan correctos y olvidables como los discursos de los ganadores. Al menos la madrugada no se hizo eterna y no hizo falta mirar el reloj muchas más veces de lo habitual en estos casos.

En España pasaba lo contrario: Andreu Buenafuente, el único cómico capaz de levantar durante dos ediciones una gala tradicionalmente insoportable, abandonaba su labor al mismo tiempo que lo hacía su mentor Álex de la Iglesia, decidido por fin a gastar sus energías haciendo cine y no en organizarlo. En estas aparece Enrique González Macho para hacerse cargo de la Academia. Con su llegada no soplan nuevos aires sino viejas ventoleras que no despeinan pero sí ahogan.

A Eva Hache, nueva conductora de la gala, no le entró ningún chiste. Tiene muchas armas para la comedia pero el guion que le tocó fue sencillamente indefendible. Por apuntar algún mérito entre tanto despropósito, los Goya también tardaron tres horas en dar algunos premios más que los Oscar. Sin embargo la ceremonia no se hizo eterna sino lo siguiente. Las sonrisas y lágrimas de los ganadores no servían para contrarrestar los gritos de auxilio que se escuchaban en la platea de cada hogar, donde todos tuvimos la sensación de haber perdido algo más que el tiempo. Dejaremos de buscar las diferencias cuando dejemos de imitarlo todo.

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