#FDS-6
Si existe un actor capaz de generar autenticidad con un solo gesto, ese es Robert De Niro. No voy a enumerar todas sus joyas ni mucho menos a escarvar en sus pifias. Esta vez toca hacer hincapié en su primera y magnífica incursión como director de cine. Algo se le tenía que pegar con tanto genio dándole órdenes.
Grandes y pequeñas joyas nacen de la amistad en todos los campos artísticos. Es obvio, lógico y viene de largo. El caso de A Bronx tale (1993) es el siguiente: el actor Chazz Palminteri escribió una novela con el mismo título y, tiempo más tarde, su buen amigo y camarada Robert se animó a realizarla para la gran pantalla.
La influencia de Scorsese es evidente y decisiva, pero en absoluto reprochable. Menos aún cuando sirve para llevar al cine a cotas tan elevadas. De Niro y Palminteri son dos pesos pesados cuyas pupilas rezuman credibilidad, potencia y empatía en cada frame de A Bronx tale, una animalada cinematográfica que te marca cada vez que la ves y tengas la edad que tengas.
A estas alturas sigue habiendo personajes que van por la vida repitiendo la ignorante coletilla de que ‘el cine español solo son tetas y la Guerra Civil’. En Torremolinos 73 (2003) hay tetas, sí, pero la Guerra Civil se fragua en la intimidad de dos personajes que nada tienen que ver con rojos y fascistas. Ante nosotros tenemos una auténtica película destroza-tópicos. Y que se jodan los acomodados.
Ya sabemos que el amor es física, química y algo más que no tiene nombre pero que resulta decisivo. También conocemos la dificultad de crear ‘verdad’ a través de filtros como la ficción y la pantalla. Pues bien: la pareja formada por Javier Cámara y Candela Peña es, de largo, la más creíble que hayamos podido ver en un filme made in Spain. Sus personajes son tiernos, mágicos, cercanos y auténticos. Y ellos los hacen inmortales.
Torremolinos 73 es una sorpresa grata por su valentía y absoluta falta de complejos. Todos firmaríamos debutar en la gran pantalla como lo hizo Pablo Berger, pero lo cierto es que eso no está a la altura de cualquiera. Su sensibilidad, su conocimiento y su temple son virtudes impropias del actual comportamiento humano. El director vasco bucea tranquilo en el océano de la tragicomedia. El chapuzón merece la pena.