Todo eso del talento está muy bien, pero el oficio no va a ninguna parte sin pasión ni dedicación. Y en mitad de todo eso, están la intuición y la búsqueda de uno mismo. Gran parte del público asimila el arte como mercancía y al artista como ególatra, lo cual tiene su lógica. Pero conviene reconocer también la impagable generosidad implícita en el hecho de entregar toda una vida a estimular el sentido de los demás.
La euforia es un lugar común donde pocas veces logramos llegar. No basta con soñarlo, hay que buscarlo. Y eso mismo pasó ayer en una doble sesión memorable. «Nightcrawler» y «Whiplash» son dos de las mejores cosas que me han pasado como espectador y como persona en ese maravilloso espacio conocido como «sala de cine».
A los currantes generosos: gracias. A la obsesión: gracias. A mi oficio: gracias. A mis atentos: gracias. A la sangre en las venas: gracias.