En casa tenemos la maldita costumbre de invitar a todos los dioses del cine para que nos enseñen su obra y milagros al completo. Algunos dan más guerra que otros, pero al final todos se acaban portando de maravilla.
Esta vez hemos invitado a los Coen. Y confieso que es una auténtico privilegio «descubrírselos» a la persona que más respeto. Disfrutarlos con sus ojos. Entenderlos a través de su pulso. Y hacerlo desde el origen.